Norah Jones, la chica con la que queremos perdernos

Norah Jones es esa chica con la que todos (¿y todas?) hemos querido perdernos por el desierto al volante de un coche americano mientras escuchamos su voz lánguida e insinuante que nos susurra: Come away with me. Aquel éxito, el disco más vendido de la pasada década (casi veinte millones de copias en el zurrón, ocho Premios Grammy en 2003), cambió para siempre su vida de camarera y cantante ocasional. Pero además tuvo la virtud de incorporarse a la banda sonora vital para millones de aficionados a la música. Para muchos, entre los que me cuenta, nada fue igual desde aquello.

Hay una pregunta pertinaz cuando se habla sobre la carrera de Jones. ¿Qué estilo musical la define? ¿Es jazz? ¿Quizá soul? ¿Acaso pop? En realidad, no importa demasiado. El éxito de Norah ha desdibujado las categorías tradicionales de la música y la ha situado por derecho propio entre las jóvenes divas de la canción actual.

Entre Nueva York y Texas

La solista nació en Nueva York, en 1979. Es, esto mucha gente aún no lo sabe, hija del músico indio Ravi Shankar, fallecido en 2012. Un virtuoso del sitar, el instrumento de cuerda propio del Indostán. Su madre es la exbailarina y promotora de conciertos, Sue Jones. Y su hermana menor (por parte de padre, claro) es Anoushka Shankar, que heredó las habilidades de su progenitor en el manejo del sitar.

Jones fue criada en el estado de Texas y asistió a la Booker Washington High School para Artes Escénicas y Visuales, en Dallas. Más tarde estudió piano de jazzen la North Texas University. Pero su primer contacto con los escenarios se produjo en el Greenwich Village de Nueva York, compatibilizando un trabajo de camarera con actuaciones en locales pequeños donde el único pago posible eran las propinas de los clientes. A partir de ahí, su primer trabajo en solitario, el cielo musical como meta y una exitosa aproximación al cine, como protagonista de My Blueberry Nights (2007). Aparición que hizo en compañía de, ahí es nada, Jude Law, y también de estrellas femeninas de Hollywood como Rachel Weisz y Natalie Portman.

Después de firmar un álbum con Billie Joe Armstrong, cantante, guitarrista y líder indiscutible de Green Day, y una excursión hacia los ritmos contemporáneos en Little Broken Hearts, Jones publicó en otoño de 2016Day Breaks. El primero en solitario desde 2012. Por un lado, ya se hacía esperar, y por otro fue la oportunidad para regresar al piano, el instrumento con el que empezó a ser reconocida. También a sus raíces jazz, a los sonidos que la llevaron a recibir la atención de un sello mítico del género, Blue Note.

Como resultado de ello fueron compañeros de esta discográfica, como Wayne Shorter, Lonnie Smith y Brian Blade, los que firmaron las mejores colaboraciones de esta grabación. Y una prueba de este viaje de ida y vuelta fue el sencillo Carry On, tema que recupera los ritmos de su primera etapa, el registro en el que también parece sentirse más cómoda.

“Si todos somos libres, ¿por qué simplemente no podemos serlo?”, musita Jones en Flipside, uno de los temas en los que este retorno a los acordes del jazz resulta más patente. Cerca de alcanzar los cuarenta años, la voz de Norah se mantiene fresca y solvente, su timbre cálido nos acaricia en cada estrofa. Es su marca, su modo de estar en el mundo musical. Por eso nos queremos perder con ella.

El misterio

Quizá ese deseo de agradar al público forme parte también de sus convicciones. Aunque no es un rasgo de sí misma que le guste demasiado, a tenor de su propia manifestación en una entrevista al periódico británico The Guardian en 2007: “Deploro mi deseo de complacer a los demás”. En dicha conversación, la artista mostraba su admiración por Barcelona, la ciudad donde le gustaría vivir, y exhibía su lado mitómano al considerar que su posesión más preciada es “mi guitarra Fender Mustang de 1964”, un clásico. Quizá también por ello elegiría a Keith Richards como compañero de cena.

Sus detractores, que los tiene

Ojo: a Norah no le faltan detractores. Su talento no es discutido, su autenticidad sí lo es. Su vocación por el jazz ha sido descrita por muchos críticos como simple impostura creada por la discográfica Blue Note, que con el diamante en sus manos optó por el beneficio por delante de la pureza de la gema. Ya se sabe que el jazz resiste mal la convivencia con la música de ascensor. Ahora que lo pienso, me hubiera gustado conocer la opinión de mi padre, un devoto del Be Bop, si hubiera escuchado la voz de la artista neoyorquina. Dudo que le emocionara, en todo caso lo consideraría un desperdicio, un talento más secuestrado por la cultura fast food.

Quizá por ello Norah ha sido incluida entre las artistas que, como Diana Krall, responden a la etiqueta de “casi jazz” o “cena jazz”, un apelativo no precisamente elogioso para una artista, al aludir directamente a una trivialización del estilo primigenio. Sin embargo, parte del encanto de Norah ha sido mover los parámetros del jazz fuera del alcance de sus autodesignados guardianes.

Eso sí, hay que admitir que Day Breaks supone un esfuerzo por acercarse de nuevo a las raíces. Limitado, cierto, pero también reconfortante, la pista que nos permite adivinar a una cantante en plena madurez que aún tiene mucho por decir. Algo debieron ver los exigentes críticos de la revista Rolling Stone, que incluyeron este trabajo como uno de los 50 mejores del 2016. Para ser más precisos, en el puesto 46. Ya ves, arriba en la lista, pero no en la cima. ¿Sabes eso que dicen de los artistas que arrasan en su álbum de debut? Que a partir de entonces lo tienen mucho más difícil.

Original hasta con las versiones

Encantadora y lánguida, nadie puede considerar que Jones seduce a través de la transgresión. Todo lo contrario, su éxito se ha construido sobre virtudes tradicionales: melodías melancólicas, voces singulares y atractivas. Fue la receta que permitió a Come away with me vender 18 millones de copias de una tacada, eso sí, mezclando algunos temas propios, los más recordados en la actualidad, con piezas de los años 40 del siglo pasado, a través de versiones que rescataron clásicos de Hoagy Carmichael y Hank Williams. Sea como fuere, podemos decir también que, pese a que el estilo era contenido, sus resultados comerciales sí fueron un estallido.

El efecto Norah Jones

La misma Jones busca proyectar esa imagen de normalidad, la de la vecina de al lado que quizá un día nos vaya a robar el corazón precisamente porque no estábamos preparados para resistirnos a su encanto. Como ha afirmado el productor de su primer disco, Arif Mardin (por cierto, productor antes de Aretha Franklin y los Bee Gees), “ahora estamos en un período en el que los oyentes están buscando artistas reales”. Es la baza que juega Norah.

Es lo que algunos analistas musicales han definido como “el efecto Norah Jones”, cuya influencia, esa adaptación de ritmos propios del jazz a los productos comerciales, no es desdeñable. De modo que si Jones se desnuda a través de sus influencias -desde su origen asiático a los registros de su educación en Texas y sus primeros balbuceos en clubes neoyorquinos-, también podemos hablar de un proceso contrario, el de la cantante que abre camino para otras solistas, como Josh Stone, Amy Winehouse y Katie Melua.

¿Por qué? Porque el negocio de la música construye retratos de jóvenes talentos a la luz del éxito obtenido por un perfil original. El efecto Jones significa que la industria cultiva su oído mediático y lo combina con una estrategia de marketingmuy eficaz. Vende, no solo un estilo musical, vende personajes intimistas, provocadores, lánguidos, ruidosos. Pero la regla de oro es: perfiles sin matices.

Una biografía excepcional

La historia de Norah también brilla, en este caso por la ruptura, por la condición excepcional de su biografía. Como he señalado, su padre, ya fallecido, fue la gran estrella de sitar, Ravi Shankar. Pues bien, Norah es el resultado de su romance de nueve años con una bailarina de Nueva York, Sue Jones. Shankar tuvo otra hija de una relación posterior, Anoushka, dos años más joven. Después de que Shankar se casara con su segunda esposa perdió contacto con Norah, cuyo nombre indio es Geetali, que significa abeja musical.

Después de que Norah alcanzara la fama mundial en 2003, padre y la hija se reunieron, aunque es con su media hermana, Anoushka, un prodigio del sitar que ejerce como heredera musical de Shankar, con quien Norah ha forjado el vínculo más estrecho. Las dos hermanas, famosas independientemente una de la otra, se han convertido en confidentes, e incluso comparten una señal en su cuerpo: el mismo tatuaje en forma de estrella en la espalda. No obstante, está por llegar ese trabajo en común que sus trayectorias vitales sugieren: las hermanas Shankar juntas sobre el escenario. Sí, escribieron un tema juntas para el álbum Breathing Under Water.

Anoushka nació en Londres y en su trayectoria se ha atrevido con una mezcla innovadora de músicas clásicas indias y españolas. “Es un concepto genial que nunca hubiera pensado”, dijo Norah sobre el trabajo de su hermana. “Hay una gran correlación entre el flamenco tradicional y lo que hace Anoushka; suena grandioso”.

Curiosamente, Norah nunca se ha sentido muy cómoda hablando sobre su progenitor. En sus primeras entrevistas trataba de evitar hablar sobre Ravi Shankar. Cuando ella estaba forjando su propia trayectoria musical como una cantante natural con letras reflexivas y conmovedoras, decía querer ser juzgada por sus propios méritos, no por los de su famoso y también exótico padre.

“Al fin y al cabo empezamos nuestra relación cuando yo ya tenía 18 años, a pesar de que lo vi cuando era pequeña. Así que no era justo que mi música me etiquetara como la hija de alguien. Porque, además, no creía que me describiera muy bien ni que mi música tenga nada que ver con la suya. ¡Crecí en Texas!”, dijo Norah a The Independent. “Además, las relaciones son complicadas, y las relaciones dentro de las familias son complicadas cuando ha habido un período de distanciamiento y ¿por qué entrar en eso con un perfecto extraño? No puedo hacer justicia a ambos lados de la historia a menos que escribamos un libro sobre ella”, sentenció.

Antes del fallecimiento de su padre, Jones visitó a Shankar en Delhi y pasó un mes con él y su familia. Ella escribió un par de canciones allí, y su padre trató de enseñarle una canción india. “Fue divertido, pero no me gustaría grabarlo, no hablo hindi, y para la cultura de mi padre la música es sagrada de alguna manera, así que no voy a entrar y comenzar a grabarla, pero fue una experiencia muy agradable para nosotros, como padre e hija que nunca habían tocado música de esa manera”, dijo sobre esta experiencia.

Colaboraciones

Pero, quizá como reflejo de su legado paterno, Norah Jones es también un talento desarrollado a través de la colaboración y la experimentación, como atestiguan sus colaboraciones con artistas tan dispares como Belle & Sebastian, Willie Nelson, Dolly Parton y OutKast. “Norah es el mayor talento musical con el que he estado en mi vida, y eso incluye a algunos pesos pesados”, dice el multiinstrumentista Dave Grohl después de trabajar con ella. “Es increíble. El tono perfecto, el tiempo perfecto, la colocación perfecta, el juego perfecto. Estábamos absolutamente estupefactos. Hizo dos ensayos y lo tenía todo pillado en una hora y media de audición. Y además es dulce como el azúcar”, afirmó Grohl.

Con el efecto Jones derritiendo las barreras entre generaciones y géneros, entre el pop y los estilos serios, la música del siglo XXI está probando un lugar sorprendente. Y hay un lugar para ella. Pero esto es solo una opinión. ¿Cuál es la tuya? ¿También te perderías en la voz cálida de Norah Jones?

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